9 de septiembre de 2011

El vacío bajo la trampa

Últimamente parece que nuestros políticos han tomado velocidad. Moreira. Larrazábal. Medina. Calderón y los que pretendan sumarse a la carrera por los dimes y diretes -que sospecho, no son pocos-.

Nuestra atención a las noticias se convierte en una constante expectativa sobre el regalito con el cual nos darán los "buenos días" desde la clase política mexicana, e inmediatamente después del escándalo tramposo, giramos toda la atención a las reacciones de los especialistas, los expertos, los medios, los programas de debate, y ahora además los tuiteros. Nos conducimos en un vaivén de atención sobre lo que pasó, y lo que dicen -o decimos- todos alrededor del hecho, sin por ello perder de vista el siguiente suceso por el cual nos daremos profundos golpes de pecho sobre nuestro infame país.
¿Y lo que queda sepultado tras la trampa? ¿Alguien ha explicado cómo repercute el endeudamiento de un Estado a la economía familiar de sus habitantes? No, pero podemos ennumerar una serie de opiniones expertas sobre lo inmoral de Moreira. Lo inmoral de Larrazábal. No se diga de los actos "inmorales y terribles" de quienes provocaron materialmente la tragedia del Casino Royale. 

La trampa de nuestros políticos se balancea en ese puente colgante sobre el que caminan fantasmas de nuestra historia oficial;  y bajo él, un pantano de mierda, cómo quien echa el polvo bajo el tapete. Son esas mentiras  las que permean y determinan en buena medida, una realidad social doliente y olvidada gracias a la vorágine que devora y termina con todo a su paso. 

Bajo sus artimañas, quedan los huérfanos de fe en un sistema desmembrado y los sobrados de iniciativa para tomar en propia mano la justicia que quedó atascada en la mediocridad de los que están convencidos de que "en México así son las cosas".

Somos también cómplices cuando preferimos mirar el titular que el pie de página, de que nuestro país se convierta en un resacoso salón de fiesta impregnado por la maloliente  mezcla de derroche, fiesta y agotamiento; donde no quedan más que platos rotos que nadie quiere levantar, y siempre dispuesto a prestarse al siguiente reventón de un ignorante, ávido nuevamente de gastar(nos) seis años más. 

Tan inmoral es el acto de los perpetradores de muerte y tragedia, como del que guarda silencio y se santigua lamentándose esperando en el fondo, no sea uno el siguiente en la morgue.

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