3 de febrero de 2012

De consignas y luchas


No sé ustedes, pero desde que tuve conciencia para enterarme de  la matanza de estudiantes en México en 1968, de la mano de mis clases de historia y "La noche de Tlatelolco" de Elena Poniatowska, no pude evitar preguntarme ¿dónde estaban mis papás en ese entonces? Eran adolescentes claro, lo vieron de lejos y sufrieron incluso para su educación superior el “donde sea menos en la UNAM” por unos padres que determinaron que era mejor evitar esa Universidad acogidos por el temor y el silencio.

Hace unos días escuché a Jorge, uno de los estudiantes globalifóbicos que fueron golpeados durante las protestas en Cancún en el gobierno de Fox.  Mientras narraba los cómos, los porqués, las horas de intimidación y miedo, no pude sino hacerme a mí misma la pregunta que hace unos años refería a mis padres ¿dónde estaba yo?

Por meras sinrazones resulta que algunos nunca somos protagonistas de esas intenciones de cambio, y los sucesos que sacuden la realidad social y política del país, sólo las vemos desde la lejanía, como meros observadores que no se manchan las manos.

Cada quien tendrá su motivo para estar o dejar de estarlo cuando el orden y status quo tiembla; por miedo, indiferencia o ignorancia, siempre con la oportunidad  de cerrar nuestra puerta y taparnos los oídos en un esfuerzo infantil por convencernos de que no nos toca a nosotros ser autores. 

Lo cierto es que el tiempo llega para todos, y con la misma dureza con la que cual uno se da cuenta de que la pregunta que en su momento dirigía a sus padres con cierto aire de reclamo, hoy le toca a título personal, uno se queda frío ante la certeza de que el tiempo lo pilló con las manos en la puerta, dándole también la espalda a las fuerzas que con mayor o menor éxito, simbólico o realista, claman porque el “así son las cosas” quede por fin enterrado en el pasado.

Serán otros los que nos pregunten ¿dónde estabas cuando murieron más personas en México que desaparecidos en la dictadura Argentina? ¿qué hiciste cuando murieron los niños de la guardería ABC? ¿qué hiciste cuando Zedillo pidió inmunidad por un crimen de lesa humanidad? 

¿dónde estás hoy exigiendo que las cosas dejen de ser como son?

21 de diciembre de 2011

Racismo en México

Esta mañana vi publicado en el muro de un amigo el siguiente video creado por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) en el marco de una campaña en México en contra del racismo. 



Resulta estremecedor ser testigos de esa facilidad para juzgar como "bueno" o "malo" en la mayoría de los niños, cuyas percepciones están ya marcadas por una cultura que mantiene y alimenta prejuicios irracionales, que como se aprecia al indagar en los porqués, generan un choque total sobre la identidad. 


Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010, cuatro de cada diez personas en México opinan que a la gente es tratada diferente en función de su color de piel. Poco más del 30% de los jóvenes que formaron parte de la encuesta, señalaron su apariencia como motivo probable para no haber sido aceptados en una oportunidad de empleo.


¿Cómo construir ciudadanía con tales condiciones? ¿cómo trabajar por la justicia y la equidad? Tenemos mucho por hacer desde cualquiera que sea nuestra trinchera. 

20 de diciembre de 2011

Aprender del fracaso

Una vez mas les comparto un video de TED publicado recientemente en el que David Damberger comparte su experiencia al colaborar con Ingenieros sin Fronteras para ayudar en comunidades africanas a resolver el abastecimiento de agua. 

Sin diferencias entre los sectores en los que cada uno trabajemos, nuestros errores y grandes fracasos son tal vez nuestro mayor tesoro, sólo si vemos en ellos la oportunidad de cambio. 

8 de diciembre de 2011

Detrás del silencio

¡Cuánto tiempo ha pasado desde mi última entrada en el blog! Vaya que se ha sucedido rápido la vorágine de proyectos, ideas, frustraciones, necesidades de cambio y vueltas a empezar. Y más allá de sentirme terriblemente mal por abandonar durante meses este lugar y refugio, no puedo dejar de preguntarme qué tanto se quedó en los muchos borradores de entradas sin terminar y las libretitas con apuntes que se apilan en el cajón. Un montón de títulos de entradas que se quedaron sin cuerpo, o breves reflexiones que  al leerlas, percibo repetitivas, vacías o incluso incomprensibles al cabo del tiempo. 

Cuando escribir es exorcismo de hartazgo y frustración, el silencio es una gran pausa de perspectiva. Una profunda necesidad de regreso al origen y a los principios que hicieron de estas ganas de cambiar el entorno, un sentido y rumbo. Volver a preguntarse ¿por qué  y para qué? al tiempo que el desánimo se apodera de la iniciativa y la necesidad de cambio, anclándose el conformismo o el desaire de la traición. 

Una pausa que sabe a recapitulación para fortalecer la visión de los cómos congruentes; un freno a la inercia para volver la mirada atrás y conducir de nuevo el presente con el timón en mis propias manos. 

Como quien barre la entrada de casa y aprovecha para sacar el polvo que se ha ido alojando bajo los tapetes y tras los muebles, así el silencio de los meses, sólo para decir: he vuelto.

foto tomada al sur del DF

                                                                                  

9 de septiembre de 2011

El vacío bajo la trampa

Últimamente parece que nuestros políticos han tomado velocidad. Moreira. Larrazábal. Medina. Calderón y los que pretendan sumarse a la carrera por los dimes y diretes -que sospecho, no son pocos-.

Nuestra atención a las noticias se convierte en una constante expectativa sobre el regalito con el cual nos darán los "buenos días" desde la clase política mexicana, e inmediatamente después del escándalo tramposo, giramos toda la atención a las reacciones de los especialistas, los expertos, los medios, los programas de debate, y ahora además los tuiteros. Nos conducimos en un vaivén de atención sobre lo que pasó, y lo que dicen -o decimos- todos alrededor del hecho, sin por ello perder de vista el siguiente suceso por el cual nos daremos profundos golpes de pecho sobre nuestro infame país.
¿Y lo que queda sepultado tras la trampa? ¿Alguien ha explicado cómo repercute el endeudamiento de un Estado a la economía familiar de sus habitantes? No, pero podemos ennumerar una serie de opiniones expertas sobre lo inmoral de Moreira. Lo inmoral de Larrazábal. No se diga de los actos "inmorales y terribles" de quienes provocaron materialmente la tragedia del Casino Royale. 

La trampa de nuestros políticos se balancea en ese puente colgante sobre el que caminan fantasmas de nuestra historia oficial;  y bajo él, un pantano de mierda, cómo quien echa el polvo bajo el tapete. Son esas mentiras  las que permean y determinan en buena medida, una realidad social doliente y olvidada gracias a la vorágine que devora y termina con todo a su paso. 

Bajo sus artimañas, quedan los huérfanos de fe en un sistema desmembrado y los sobrados de iniciativa para tomar en propia mano la justicia que quedó atascada en la mediocridad de los que están convencidos de que "en México así son las cosas".

Somos también cómplices cuando preferimos mirar el titular que el pie de página, de que nuestro país se convierta en un resacoso salón de fiesta impregnado por la maloliente  mezcla de derroche, fiesta y agotamiento; donde no quedan más que platos rotos que nadie quiere levantar, y siempre dispuesto a prestarse al siguiente reventón de un ignorante, ávido nuevamente de gastar(nos) seis años más. 

Tan inmoral es el acto de los perpetradores de muerte y tragedia, como del que guarda silencio y se santigua lamentándose esperando en el fondo, no sea uno el siguiente en la morgue.

4 de agosto de 2011

La voz del olvido

Decir que duele es repetitivo. Oímos, leemos y vemos a diario el rostro del dolor en una provocación mediática diaria, que se nutre de una pantomima  escandalosa sobre un deber ser democrático de palabras efímeras y vacías. Tan sumamente vacías, que se congratulan de acuerdos sobre dejar de informar entre medios que cuentan entre sus publicaciones periódicas, aquellas que muestran las imágenes despedazadas y crueles del #Mexicorojo. 

Y entre ese cúmulo de ignorancia y cinismo,  surgen los que muestran la cara de la moneda donde duele de lo que se dice. Donde la soledad se apodera de las voces tímidas y débiles que intentan por otros medios, hacer valer la importancia de su pérdida; de la trágica ruptura entre la vida cotidiana y el vacío de lo perdido.

Duele lo que se dice sobre la culpa de los muertos, de los efectos colaterales, de la presunta necesidad de duelo para algunos sombríos elegidos, alejados siempre de la mano del Estado para los guiños de consuelo, mientras los cómplices de un juego corrupto y lleno de mierda, se llenan la boca de palabras  de titular que minimizan la importancia de cada mexicano caído.

Y pareciera que duelen más entre los de las pequeñas voces los cadáveres sin nombre lanzados a las fosas, que entre aquellos parloteros mimados por el poder que aplasta sigilosamente cuanto se encuentra en el camino. El eco del dolor se hace fuerte entre los dolidos que -por mucho que se esfuerza el que grita para hacerse creer-, somos más. Somos más los que de a poco lanzamos un pequeño aullido, que se cuela por los huecos  del palabrerío para convertirse en voz del margen, voz del gueto, voz del dolor que retumba fuerte... tan fuerte, que hace temblar al dueño del altavoz.   

Somos más los dolidos, que de tanto dolor nos levantamos para hacerle ver al altavoz su pequeñez, y nuestro poder de decir, desde el olvido, que nos duele.

19 de junio de 2011

El valor de la distancia

En nuestro país hay diferencias obvias. Habría que vivir en un mundo paralelo -y seguro hay quienes se han inventado el propio- para no darse cuenta que no todos somos iguales en México se mire por donde se mire. Diferencias entre nuestros lenguajes para expresar nuestro entorno, diferencias en nuestras costumbres que marcan la cotidianidad de la relación con otros, diferencias en las raíces de nuestras historias personales que nos dan forma como  individuos. 
Esas y tantas otras diferencias, nos desequilibran la balanza de la intención de ser iguales cuando hablamos de justicia, de causas por defender, de tener un empleo digno, de acceder a condiciones de salud dignas. Hoy ni la muerte nos iguala, cuando el deceso de algunos resulta en detenciones inmediatas o marchas multitudinarias, mientras las de otros, pasan sin la menor mención que el sollozo de sus más cercanos en un rotundo silencio mediático y social.
No es nuevo, nada es nuevo. Años van y se recrudece conforme pasa el tiempo. Y su permanencia en el tiempo, no puede más que señalar hacia el error de diagnóstico o estrategia para hacerle frente. 
Somos más distantes que desiguales. Minamos el presente con guetos de personas que piensan igual, crecen igual, hablan igual, y esperan lo mismo de la vida y de sí mismos. 
Ocupamos espacios diferentes y sin conciencia de ello, nos alejamos de los límites de nuestras pequeñas parcelas donde todo queda claro, para no ver ni escuchar lo que pasa en el gueto vecino.
Somos distantes inconscientes del impacto que tiene no tocar esa otra realidad que no es la nuestra, pero sí es la de los nuestros. Ciegos de la relevancia que tienen nuestras distancias, para ser una sociedad intolerante, conservadora, y que avanza a traspiés queriendo negarse la capacidad para transformarse. 
¿Cómo transformar un país que tiene y sigue construyendo abismos? Son las distancias que perpetuamos, las que mantienen y cavan a mayor profundidad las desigualdades que hieren de muerte el futuro de todos.

1 de mayo de 2011

La vergüenza de los vivos

La simbólica muerte que mata al Otro: huidizo enemigo cuya existencia me recuerda que mi versión de la verdad y de lo bueno se impone sólo a través de la violencia, mientras en las mesas diplomáticas sonreímos y brindamos con copas llenas de tolerancia vacía de sentido, carente de significantes que sustenten esas versiones escritas de acuerdos y comprensiones, que a lo largo de la historia haremos parecer como hitos de la humanidad.

Vergüenza de vivir donde el otro es enemigo por ser simplemente un espejo en el cual no reconozco mis propios paradigmas; donde veo a quien no me teme para decidir qué es lo bueno, lo verdadero, la voluntad de un dios. Vergüenza de vivir, donde se vitorea la muerte del hombre que significa miedo, para irnos a la cama tranquilos con una paz construida a base de discursos falsos, que de tanto repetirse se creen verdaderos.

Vergüenza de vivir, donde la vida se defiende con uñas y dientes si es prenatal, pero se celebra acabar con ella cuando el fracaso social logrado por nuestras incongruencias, sirvió de caldo de cultivo para el sangriento delito que se paga con una inyección frente a una audiencia cobarde.

Vergüenza de vivir para ser testigos de que morir no ha dejado de ser la única ventana abierta a nuestra incompetencia para apreciar la diferencia sin temblar al verla; para ser testigos de cómo nuestra idea de lo que nos diferencia de las bestias es, al tiempo, nada más que una herramienta para justificarnos cuando nos comportamos con instintos de supervivencia atávicos y propios de la más miserables criaturas. 

Vergüenza de los vivos, por vivir en el mundo donde la cobardía y el miedo se apoderan de nuestra sensatez para simular una triste parodia de lo que en realidad nos gustaría ser: héroes de una historia que está en manos de nuestra propia locura.