4 de agosto de 2011

La voz del olvido

Decir que duele es repetitivo. Oímos, leemos y vemos a diario el rostro del dolor en una provocación mediática diaria, que se nutre de una pantomima  escandalosa sobre un deber ser democrático de palabras efímeras y vacías. Tan sumamente vacías, que se congratulan de acuerdos sobre dejar de informar entre medios que cuentan entre sus publicaciones periódicas, aquellas que muestran las imágenes despedazadas y crueles del #Mexicorojo. 

Y entre ese cúmulo de ignorancia y cinismo,  surgen los que muestran la cara de la moneda donde duele de lo que se dice. Donde la soledad se apodera de las voces tímidas y débiles que intentan por otros medios, hacer valer la importancia de su pérdida; de la trágica ruptura entre la vida cotidiana y el vacío de lo perdido.

Duele lo que se dice sobre la culpa de los muertos, de los efectos colaterales, de la presunta necesidad de duelo para algunos sombríos elegidos, alejados siempre de la mano del Estado para los guiños de consuelo, mientras los cómplices de un juego corrupto y lleno de mierda, se llenan la boca de palabras  de titular que minimizan la importancia de cada mexicano caído.

Y pareciera que duelen más entre los de las pequeñas voces los cadáveres sin nombre lanzados a las fosas, que entre aquellos parloteros mimados por el poder que aplasta sigilosamente cuanto se encuentra en el camino. El eco del dolor se hace fuerte entre los dolidos que -por mucho que se esfuerza el que grita para hacerse creer-, somos más. Somos más los que de a poco lanzamos un pequeño aullido, que se cuela por los huecos  del palabrerío para convertirse en voz del margen, voz del gueto, voz del dolor que retumba fuerte... tan fuerte, que hace temblar al dueño del altavoz.   

Somos más los dolidos, que de tanto dolor nos levantamos para hacerle ver al altavoz su pequeñez, y nuestro poder de decir, desde el olvido, que nos duele.

1 comentario:

  1. Comparto contigo el dolor. En mí es un cajoncito que mantengo cerrado, del que no hablo, del que no quiero leer nada, pero siempre está ahí.
    Y aunque sea repetitivo, y aunque ya sea cotidiano y algunos lo olviden, darte tiempo para escribir sobre tu dolor aquí es una forma colectiva de gritar. Muchos te escuchamos.
    Un abracito, comandanta.

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