18 de febrero de 2011

Sucumbir ante la marginalidad

Los conceptos nos permiten hablar del mundo y en él; comprendernos al comunicarnos sobre la realidad. En la creación de dichos conceptos, terminamos por dejar condiciones de la realidad lejos de los parámetros establecidos en nuestro lenguaje, abriéndonos la posibilidad de expresarnos sobre el entorno. Así nos traducimos el mundo.
Como consecuencia de ese proceso, por demás natural, hemos también creado diagnósticos y análisis sobre la realidad, que bajo la intención de ser concretos y puntuales (con la creencia de disminuir las posibilidades de incomprensiones), hemos analizado, clasificado y comprendiendo la realidad en la que vivimos. Por ejemplo, -y cito aquí a Pablo Spravkin, personaje de los que dejan huella-, seguimos proponiendo políticas bajo el principio de familia tradicional (léase padre+madre+hijo(s)) como si éstas fueran todavía un parámetro válido, cuando tenemos en realidad una abrumadora cantidad de familias de diferente orden, que son nuestra verdadera normalidad (padres separados, divorciados, familias uniparentales, parejas homosexuales). Así entonces, hablamos, discutimos, conversamos sobre las circunstancias y las cosas, atendiendo a las partes esenciales que se ha decidido notar (por cultura, costumbre, tradición), sin darle el valor o importancia a todo aquello que hemos marginado de nuestros análisis y decisiones. 
Para tomar una decisión en política pública, consideramos una parte de la población, sea la que decidimos que es el grupo a atender, o el grupo mayoritario, dejando en un pequeño espacio de letra pequeña, las "excepciones". 
Nuestra forma de concebir y discutir la realidad así, responde a un lenguaje de ricos, que entiende un mundo de ricos, como si los pobres fueran pocos, y pequeñas "excepciones"; tenemos políticas educativas que funcionan en condiciones ideales de laboratorio, pero no encuentran escuela donde se puedan hacer realidad. Los pobres, los enfermos, los analfabetas, se nos han mostrado como letra pequeña, cuando en el fondo son el título de la historia. Pero la incapacidad para visualizar lo marginal en nuestro lenguaje como parte vital e intrínseca de la realidad, nos ha conducido a este momento del camino, donde las viejas fórmulas son más que obsoletas, y es determinante asumir el reto de transformar nuestros parámetros de comprensión y decisión. 
En este momento de la historia, de crisis económica para los ricos -y de continuidad y recrudecimeinto de crisis para los pobres-, es necesario deconstruir nuestras obviedades para repensarlas, reabrirlas y considerar que todo y todos aquellos que ocupaban el otro lado del margen, son parte esencial de nuestra realidad. A menos que queramos sucumbir ante nuestros propios paradigmas.

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